Viernes,20 de enero de 2023

 «Fui forastero y me recibisteis.» (Mateo, 25,35)

«La acogida de refugiados es un imperativo ético que pone de manifiesto la decencia moral de una sociedad, su sensibilidad hacia los más vulnerables; en definitiva, la calidad ética de su ciudadanía y de sus instituciones.

Acoger al prójimo es una tarea difícil. Abrir la puerta, ceder el espacio propio para que un desconocido entre en el santuario de la privacidad es el ritual de la hospitalidad. Debe superarse una montaña de prejuicios y de tópicos para dejarle un sitio y hospedarlo en el propio hogar, en el recinto sagrado de la privacidad, un ámbito tan vulnerable como necesario en la vida de todo ser humano.

Tener el valor de acoger al forastero, hacerle un hueco, aprender de su sabiduría y de su viaje es una exigencia ética, un gesto que otorga calidad humana a una sociedad.

Este deber y esta actitud espiritual se traduce en prácticas de atención y solicitud hacia los refugiados que llegan a nuestra casa, muchos con todo tipo de necesidades. Reconocer esta aportación de las tradiciones religiosas y de tantas personas y asociaciones laicas de la sociedad civil que velan por ofrecer una acogida cálida y digna a los recién llegados es un deber y un signo de gratitud.